He bailado mucho. Nunca supe bailar. Y he estado muy cerca de gente muy desconocida. No les había visto en mi vida, y a muchos de ellos no les volveré a ver, pero he bailado con ellos. He compartido movimientos vergonzosos que me costaría enseñar a verdaderos amigos en situaciones diferentes. Pero son situaciones diferentes, supongo. He bailado muy cerca de estos desconocidos, pero estoy muy lejos de ellos. Les toco, les abrazo, les sonrío, incluso les grito al oído, pero estoy tan lejos... Y, sin saber muy bien por qué, he seguido bailando. Como se que bailo mal, estoy pendiente de no hacer movimientos bruscos que puedan llamar la atención de los que me rodean y la fijen en mi torpeza bailonga. Evito el centro de los círculos, de la misma forma inconsciente en la que esquivo el centro de mi persona. Pero luego he entrado. Por un momento, he dado rienda suelta al pensamiento de bailar con los ojos cerrados, sin importarme lo que pueda entrar por ellos. Los he cerrado y, desgraciadamente, todo ha cambiado. Mi baile era distinto. No lo veía, pero sé que lo era. La descoordinación dejaba de importarme, y liberaba partes del cuerpo que no sabía que querían bailar, pues nunca las había escuchado, porque siempre estaba con los ojos abiertos.
De pronto, he despegado mis párpados, y me he encontrado fuera del círculo, pero dentro de mí. Y he querido bailar libre, esta vez con los ojos abiertos, pero no lo he conseguido.